Eran ya las doce y media de la madrugada cuando decidieron ir a
tomar el ansiado capuchino. Todo un largo y duro día de estudios quedaba atrás,
la hora del capuchino era sagrada.
Tanto Carlos como Alfonso se preguntaban si
sólo iban a la biblioteca porque sabían que, al acabar de estudiar, irían al
pub, ese pub que preparaba los mejores cafés de todo el pueblo.
Lo que parecía una noche sencilla, normal, noche típica que pasaba
desapercibida, resultó no serlo del todo. Hacía un par de días que Alfonso
notaba raro a su amigo Carlos, pero pensaba que se debía a la cantidad de
exámenes que había por delante.
Cuando se encontraban fuera de la biblioteca, camino al pub, Carlos
se paró de repente, en mitad de la calle como si estuviese poseído. Ante esta
reacción tan atípica Alfonso se le acercó y, para su sorpresa, vio que estaba
llorando. Un cúmulo de sensaciones invadió a Alfonso, "¿Llorando?¿Por
qué?". En ese momento, como buen amigo que era fue a mostrarle su apoyo
con ese abrazo tan familiar y cercano que se otorgan los que han compartido y
pasado duros momentos como aquellos. Para la sorpresa de Alfonso, Carlos se
apartó y levantó la vista, enjuagándose las lágrimas con gesto desolado, roto,
apagado.
La mirada que Carlos dedicó a su amigo lo decía todo. Esa simple
mirada penetró dentro de Alfonso comunicándole todo lo que con palabras su
amigo no le atrevía a decir: "Angélica". Para muy a su pesar Alfonso
descubrió al fin la verdad, la verdad de que su amigo estuviese tan raro
últimamente, la verdad de por qué su novia no le cogiese el teléfono, la verdad
de que una mujer, su novia, Angélica, hubiese jugado con él cual marioneta y le
hubiese sido infiel con su mejor amigo, Carlos.
En ese momento algo cambió, el aire ya no parecía ser el mismo, el
tiempo parecía no pasar, y la mente de Carlos parecía no reaccionar. No era
capaz de procesar esa información que con una simple pero letal mirada le había
transmitido el que, hasta ese momento, había sido su amigo. Todo parecía haber
cambiado, a pesar de que sólo había una distancia no mayor a dos metros entre
Carlos y Alfonso ambos parecían más alejados que nunca.
El único capaz de reaccionar entonces fue Carlos. Fue entonces él
quien decidió acortar esa distancia que los separaba. Para su sorpresa, su
amigo no se movió, no hizo ademán de apartarse. Esta vez era Alfonso quien
parecía poseído. "Resulta extraño lo que una simple mirada puede llegar a
transmitir", pensó en ese preciso instante Carlos. Alfonso, por su parte,
recuperó la compostura y miró directamente a los ojos compungidos y sollozantes
de su amigo, desafiándolo y rogándole en parte que le confesase el crimen que
había cometido.
La desgracia había ocurrido hacía no más de 2 noches, cuando
Angélica y Carlos fueron al famoso pub, solos, ya que Alfonso se quedó
estudiando en la biblioteca rompiendo con la tradición de tomar el sabroso café
de media noche. Esa noche algo que no debió pasar, sucedió. Hacía frío, Carlos
era atractivo y la relación entre Angélica y Alfonso había caído en la
monotonía, esa rutina que con tanta facilidad acababa con el noviazgo de muchas
parejas. Sin embargo, fue sólo un beso, un maldito beso pedido por Angélica con
esa mirada dulce e irresistible, un beso, un simple beso y nada más.
A pesar de todo, ambos amigos parecieron recuperar levemente la
compostura y consiguieron entablar una vaga conversación guiada por la tensión
y por el hecho de saber que se había roto el noviazgo de su amigo y sabiendo al
mismo tiempo que su amistad no volvería a ser la misma. La conversación pareció
calmar un poco la tensión inicial, eran amigos y los amigos todo se lo
perdonan, eran amigos, eran los mejores amigos y su relación era admirada y
estaba en boca de todos, eran la pareja de amigos perfecta, de modo que un
simple beso, en parte robado, no iba a destruir la amistad que desde pequeños
habían forjado.
El camino que separaba a los amigos, Carlos y Alfonso, del pub
quedaba reducido, incluso podía oírse el rumor provocado por los
incondicionales clientes que regentaban dicho lugar. El aroma a chocolate,
vainilla o caramelo, ingredientes de los famosos capuchinos, podía degustarse
en la boca con el simple hecho de dar una bocana de aire. Ambos amigos parecían
haber dejado atrás la tensión inicial. Pero algo parecía haber cambiado en el
trayecto hacia el local. Había algo que desentonaba y que llamó la atención de
ambos jóvenes. Se trataba de algo, mejor dicho de alguien. Se trataba de una
persona rubia, alta, con unos ojos castaños enormes y preciosos cuya mirada
cautivaría hasta al más alocado de los jóvenes, su altura la hacía destacar de
entre las demás jóvenes, su forma de vestir la hacía parecer más atractiva de
lo que por naturaleza era. La persona que tenían delante era Angélica.
La tensión vivida anteriormente pereció volver, Alfonso no sabía
cómo reaccionar, ¿odio, rencor, asco…? En ese momento Angélica, tras el frío
saludo dirigido al que fue su compañero en un momento de arrebato descontrolado
colmado por la pasión de quienes se habían buscado desde hacía meses con la
mirada pero separados por un obstáculo ya superado, dedicó una mirada
suplicante al que fuese su novio. Esa mirada no pedía otra cosa que perdón,
perdón por el error que había cometido, error que había provocado la ruptura y
que casi desemboca en la separación de ambos amigos.
Mientras, Carlos pasó a un segundo plano manteniéndose junto a su
amigo pero levemente alejado, como si una fuerza sobrenatural le impidiese
acercarse al haber cruzado la fina línea que es la confianza que se tienen dos
amigos. En ese momento, Alfonso abrió la boca en señal de dedicar unas palabras
a la persona que tenía frente a sí, pero, si no había insultado, injurado o
replicado nada a su amigo, ¿por qué sí hacérselo a ella?, no tenía sentido.
Guiándose por su razón y por sus fuertes principios que le permitían ser
valiente, le dedicó un leve movimiento de cabeza a Angélica en señal de negación
unido a una mirada cargada de compasión y pena hacia la equivocación tan grande
que había cometido. Ese simple hecho bastó para que Angélica se derrumbase, el
suelo bajo ella parecía haber desaparecido, cayó al suelo de rodillas sumida en
un ataque de nervios. Todo era tan extraño…
Alfonso consiguió mantener una postura estoica y continuó su camino
hasta llegar al pub, donde encontró a muchos de sus otros amigos pero que ni
siquiera se paró para saludarlos. Ante esta situación, y a pesar del aspecto
desolador que presentaba Angélica, Carlos siguió los pasos de su amigo,
pudiéndole más su amistas que un simple desliz que le podría haber costado su
amistad.
Ambos amigos entraron en el pub, pidieron un capuchino, para Carlos
el de vainilla y para Alfonso el de chocolate. Era algo extraño, los dos amigos
solían pedir siempre el mismo tipo de capuchino, era evidente que algo entre
los amigos había cambiado. Su amistad, sin embargo, seguía intacta. La amistad
idílica entre Carlos y Alfonso todo lo podía, ellos representaban la amistad.
Lo que parecía ser una noche normal demostró no serlo en absoluto.
A pesar de que Alfonso casi pierde a su amigo, "¿por qué no tomar un capuchino
y olvidar lo ocurrido?", pensó, "porque, ¿la amistad no es aquella
que todo lo puede?
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